Sobre la muerte y las hienas del corazón

Aprovechando el fallecimiento de la Jurado, tenía pensado escribir un comentario sobre la muerte de los famosos y la ruindad de los alcachoferos del corazón (llamarlos periodistas me parece menospreciar la profesión), y sobre todo de sus jefes.

Cada vez que se va algún famosillo para el otro barrio hacen el mismo ritual. Si la muerte está al caer (son las que prefieren), montan el tenderete en la puerta de la casa y a esperar cuales buitres su pedacito de carroña.

Después, dan la exclusiva y se tiran hablando de lo buena que era, de sus logros artísticos y personales y de mil tonterías más durante un par de semanas. Y al cabo de unos meses, empiezan a sacar los trapos sucios, que si se lió con Fulano (o Fulana), que si era una cocainómana… Siempre igual.

Al escribir lo que pienso de los tontos de los micrófonos, me he encontrado con este artículo de Javier Pérez al que ni siquiera puedo añadirle una coma de más.

Descanse en Paz

Respecto a la muerte en sí… pues bueno, una persona que fallece, una pena, qué le vamos a hacer; pero hace 3 años se murió mi abuela y a nadie le importó (a nadie más, se entiende), y ayer mismo se me murió un abuelillo, solo en medio de la noche, que seguramente habría sido un buen hombre, y hoy no he leído nada sobre él en los periódicos.

A lo que quiero llegar: no sabéis cuánto me cabrea todo el revuelo que se forma cuando muere alguien de la farándula, que consigue que no encienda la tele en varios días, dando la impresión que el muerto ha hecho algo decisivo por la humanidad, y curiosamente, el que sí hace algo decisivo, tiene derecho a un minuto en el telediario o a un recuadrito en la contraportada del periódico.

Y en un par de días, a otra cosa mariposa. Lamentable