Este curso que empieza me he apuntado a la Escuela Oficial de Idiomas de Badajoz. No recuerdo si ya lo comenté por aquí, pero el caso es que previendo mi poca actividad en los meses que se avecinaban decidí retomar mis antiguos estudios de francés para oficializar con un título mis amplios niveles (después de tres años, no queda otra) de francés. O al menos del francés hablado, porque si de algo flojeo es en la gramática y en la ortografía.
En mis tiempos de instituto estuve apuntado a francés y llegué hasta tercero, pero un tercero muy pobre donde apenas aprendí nada. Ocho años después vuelvo a mis orígenes. Ya llevo yendo desde principios de mes y me he encontrado que abundan los “lisssstos”.
Como no, tenemos a la típica que estuvo viviendo en Francia muchos años y sabe mucho francés (como yo, pero cacareándolo), y que se permite el lujo de entablar conversaciones muy rápidas con la profesora bajo la estupefacción del resto de la clase que no llega a seguirlas.
Y respecto a la profesora, con todos mis respetos, flojea bastante. Tiene un acento ridículo y sus expresiones son demasiado teóricas. ¿Qué quiere decir eso? Que me corrige bastante porque digo cosas incorrectas. Que me corrija escribiendo, vale, pero que me diga que algo no es tal, cuando lo he estado escuchando tres años por doquier, pues me toca los cojones. Pero en fin, no digo nada y acepto su gran lección.
Y bueno, no solo yo pienso eso; mi amigo Ale (maestro de francés) también está de acuerdo conmigo (lo cual es bastante excepcional). Lo único que faltaría es que me suspendiese por no saber francés, lo cual resultaría bastante gracioso. Ya os iré contando.
De momento, hace un par de semanas que no voy, porque al no tener los libros, prefiero esperar. Y es que esto de los libros, es una historia mejor.
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