domingo, 14 de mayo de 2006

Roma: La Fontana de Trevi y El Panteon (II)

Nos habíamos quedado en el Vittoriano. Ya era bastante tarde, pero nos estaba gustando tanto la visita que por nada nos queríamos ir a casa.

¿Qué más vimos esa noche? Aún nos dio tiempo, por ejemplo, a ver la Fontana di Trevi, atestada de gente (siendo casi medianoche). Al estar en una plaza relativamente pequeña (la Piazza de Trevo), la sensación de multitud era aún mayor. La fuente (Nicola Salvi 1762) es impresionante; está inspirada en la mitología marina, con un Neptuno todopoderoso a bordo de un gran carro tirado por tritones, consigue domar a dos hipocampos. A izquierda y derecha del dios del mar, están la Abundancia y la Salud.

La fuente ocupa ¾ de la plaza y a su constructor se le fue la pelota completamente. Al parecer, el Vaticano, con Clemente XII a la cabeza, quería remodelar la pequeña fuente ya existente desde tiempos romanos, dándole un aire más moderno y siguiendo la moda renacentista de construir y reconstruir monumentos antiguos. Salvi se ofreció a hacerla gratuitamente, con la condición de que le proporcionasen todos los materiales que pidiese. Los curas pensaron que sería una fuentecita, como su predecesora (ubicada originalmente en frente de la Fontana), pero se encontraron con una charca de impresión. En el lateral derecho tiene un muro que impide vislumbrar la fuente desde un punto en concreto. Y ese punto en concreto era la tienda de un barbero que se quejó al Papa de las obras y el ruido. Salvi dijo: “¿Ah sí? Pues te quedas sin fuente”; y le plantó un florero de dos metros de alto en frente de su escaparate (¡Cabrón no era!). Como ya he dicho, había muchísima gente, haciéndose la típica foto tirando la monedita de espaldas. Dando vuelta había tipos vendiendo productos varios: flores, llaveros, figuritas… e incluso algunos con cámaras digitales instantáneas. Solo nos faltó encontrarnos al típico que te vende la fuente por cuatro perras ;-) Un circo, vamos.

Al día siguiente volveríamos, esta vez a verla, esplendida y radiante a la luz del sol. Y esplendido y radiante también era el puñao de gente que había, imposible de moverse por allí. Apenas estuvimos esta vez cinco minutos. Ni que decir tiene que no hicimos la tópica chorrada borreguil de lanzar la monedita.

También esa primera noche tuvimos tiempo de ver el Panteón romano (27 a.C.) (foto), donde descansa el gran Rafael (El pintor, hijo, no el cantante ni la tortuga ninja…). Desgraciadamente no pudimos verlo por dentro, pues tanto en la noche como en el día estuvo cerrado, pero aun así, por fuera es espectacular. El edificio está dedicado a todos los dioses romanos (pan: todos y theon: dioses). Una enorme cúpula de 43 metros de alto, con ocho columnas en un pórtico a modo de entrada. Todo construido en ladrillo, sus paredes estuvieron recubiertas de mármol blanco y su techo de cobre dorado, consiguiendo que su brillo al sol se contemplase en todo el ancho imperio. Su diseño no fue superado hasta cientos de años después. Increíble.

Y digo lo de “estuvieron” porque una vez que el Imperio Romano se fue a pique, el reciclaje de los materiales (tan de moda ahora) se puso a la orden del día. Prácticamente todo material de construcción romana se utilizó para construir una casa, una iglesia o una plaza. El mármol y el metal fueron destinados a las nuevas iglesias cristianas que surgían. Es muy curioso observar, al entrar en una iglesia cualquiera, que las columnas no son iguales, el suelo no es uniforme y las paredes dan la impresión de estar hechas a trozos. Todo es debido a que se fueron construyendo con piedras y partes de antiguos templos romanos, desvalijándolos de un lado y llevándoselos a otros.

Lo mejor de estas iglesias es su calidad. Muchas podrían pasar perfectamente por catedrales en muchas ciudades. Sus adornos, sus detalles, sus pinturas, su tamaño. Realmente impresionaban. Y en casi todas ellas había un trozo de historia: maderas de la Santa Cruz de Cristo, cuadros de Caravaggio, reliquias del Sacromonte; incluso casi llegamos a tiempo a ver la tumba de Bernini.

Bernini es, si alguien ha leído Ángeles y Demonios, la figura sobre la que gira la parte artística de la novela. El fue el creador de las mejores fuentes, esculturas y plazas de las calles romanas. (Suya fue la columnata de la Piazza de San Pietro). Incomprensiblemente, se encuentra en un triste olvido por parte de la ciudad y del mundo en general.

(continuará...)

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