Debo confesarles que, de un tiempo hasta ahora, había ido perdiendo mi fe en el cine hasta prácticamente desaparecer.
En los últimos tiempos ya no me hacía la misma ilusión que antaño el sentarme en una butaca, ver como se apagaban las luces y empezar a contemplar una película. No lo disfrutaba. A veces era el vecino de al lado, con sus ruidosas pipas o sorbos de bebidas; otras veces era el de atrás, comentando cada jugada entre risas y voces; o incluso de vez en cuando era el de más allá que se ponía a hablar (gritar) con su teléfono móvil en mitad de la proyección.
Esos factores siempre han estado, en mayor o menor medida, presentes, y uno debía aguantarse porque lo asumía como una parte más del ritual de asistir a ver una película.
Sin embargo, las propias salas de cine fueron contribuyendo a mi particular pérdida de fe. Y es que no han sabido estar a la altura de los avances técnicos.
El tan cacareado y revolucionario Dolby Surround ha ido desapareciendo de las sesiones para pasar a un simple estéreo frontal, inutilizando los altavoces laterales y traseros. Incluso en el propio salón de casa, con una instalación medio decente se puede disfrutar perfectamente de una película en DS.
Y en los últimos meses, o bien yo me he vuelto más intransigente o las cosas han empeorado, pero es indignante ver algunas proyecciones con copias totalmente gastadas, con saltos y cortes entre imagen y sonido y con multitud de muescas, señales y manchas en la pantalla (el último ejemplo, "Alicia en el País de las Maravillas" en el Cine Conquistadores).
Y si encima, cada vez que vas han subido el precio, la cosa ya no hay por donde cogerla.
El caso es que andaba yo huérfano de sensaciones cinematográficas, cuando mi primo político decidió llevarnos de visita a la sala 25 del Kinépolis de la Ciudad de la Imagen en Madrid (la segunda sala más grande de Europa).
La película elegida, "Prince of Persia", sí se prestaba a comprobar su espectacularidad con imagen y sonido.
Y debo decir que quedé encantado con la experiencia. Aparte de que las butacas son muy cómodas, ver la película allí es algo completamente diferente.
Para empezar, emiten en digital, desde un disco duro, por tanto, las copias no se desgastan por mucho que se usen. La calidad de la imagen y el color son de gran calidad.
El sonido es envolvente, utilizando tanto altavoces laterales como traseros (quizás con el volumen un poquito alto).
Por tanto, he de decir que ver una película en esas condiciones es volver a disfrutar de esa magia del cine que hace años que no sentía.
Sólo un único "pero", no achacable a la sala ni a la tecnología, sino a la sempiterna estupidez humana: al lado nuestra se plantó una individua que sacó en plena película ¡un bocadillo de chorizo! Imagínense cómo olía aquello...
También hablé por aquí:
- Yendo al cine (lo que se encuentra uno cuando va a una sala de cine)
- Beowulf: vuelva usted a las siete y media (cómo no pude ver la película)
Lo de la mala calidad de la cintas yo también lo he sufrido en las últimas ocasiones que he ido al cine y es vergonzoso!!!!
ResponderEliminarNada nada, me quedo (salvo excepciones) con el sofá y el taquilla del digital +: pelis a 1,50 €
Jur! Eso o acudir a esos campos pecaminosos con equinos híbridos y disfrutarla en HD y 5.1
ResponderEliminar