domingo, 27 de junio de 2010

Las imprudencias se pagan...


Eso al menos decía un antiguo anuncio de la DGT para concienciarnos sobre los accidentes de tráfico.

Y eso se puede aplicar a lo sucedido el pasado 23 de junio en una estación de trenes en Cataluña.

Seguramente ya lo sepan: doce personas murieron al ser arrolladas por un tren cuando cruzaron la vía por un lugar prohibido. Todas jóvenes que iban simplemente a disfrutar de San Juan. Una tragedia, sin duda.

Pero que sea una tragedia no significa que haya que mirar para otro lado. Esas doce personas y cuarenta más, para ahorrarse diez minutos, decidieron atravesar las vías en vez de bajar por el paso subterraneo habilitado. Y no es que hubiera un paso entrevías para cruzar (en muchas estaciones existen, con una bajada del nivel del andén), sino que saltaron el medio metro de anden hasta los raíles para tener que remontarlo en el lado contrario. Y todo porque había mucha gente en el subterraneo.

Aglomeración, ganas por llegar a la playa, desconocimiento... un cúmulo de circunstancias que llevaron a tomar una decisión fatal. Lo que no es de recibo es que encima, ahora todos tengan la culpa menos los que cruzaron. El Gobierno, Renfe, Adif, ¡el maquinista! Todos han sido señalados como responsables del accidente, todos, salvo los que tuvieron la idea de atrochar por las vías.

Esto es como si, en el metro de Madrid, al bajar del vagón, por no tener que subir los escalones, atravieso las vías y me arrolla un tren. ¿Es culpable la empresa de transportes? ¿el que conducía? ¿El que me vendió el billete? Pues eso.

Si has cruzado en verde y te atropella un coche, mala suerte: si has cruzado en rojo, lo mismo no te pasa nada, pero en el caso contrario, eres el responsable, no se le pueden dar más vueltas.

Hemos llegado a un estado de protección en el que cada uno hace lo que le viene en gana, incluso molestando al prójimo, pero no asume las consecuencias de sus actos. Vivimos en una sociedad que ya ni siquiera es capaz de curar una pitera pedrada en la cabeza porque "la sangre le marea". Creemos estar en un nivel de seguridad que nos hace invencibles, y todo hecho que lo altere nos desestabiliza y nos hunde.

Eso es así, es innegable, pero es que además, aparte de creernos superhéroes, somos supertontos, porque al día siguiente, con el olor a sangre aún en el ambiente, ¡la gente sigue cruzando las vías!

Aunque ahora podrá venir la Justicia y unos abogados excelentes y conseguir que la imprudencia torne a malas infraestructuras, con la millonaria indemnización que eso conllevará.


¿La culpa? Del fabricante por hacer el sillín muy pequeño; y del concesionario, por vender la moto; y del Gobierno, claro está, como siempre.

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