No voy a hablar de esas tapas que sirven para que las aceitunas y altramuces no se salgan de sus envases, sino de esos acompañamientos sólidos que suelen acompañar a los líquidos cuando se consumen en los bares.
Hartos estamos de oír que las tapas de Granada son tal o cual, pero queríamos comprobar si su fama estaba justificada, así que aprovechamos nuestra visita para investigarlo.
Allí en Granada suelen numerar las tapas; así, al pedirte una consumición, te sirven "una primera", al repetir, "una segunda" y así sucesivamente.
La primera toma de contacto fue positiva. En el Parque del Príncipe, en pleno barrio del Realejo, estuvimos en una taberna donde nos pusieron un buen plato de cuscus de primera y macarrones con chorizo de segunda.
Al día siguiente, ya con nuestro amigo Alfonso unido al grupo (quien tiene muy buen comer), después de la visita cultural tocaba la visita al bar. Fuimos a la misma zona que la noche anterior, pero en la taberna de al lado (misma zona, semejante calidad, pensamos).
Craso error. La tabernera estuvo a punto de echar por tierra meses y meses de alabanzas hacia las tapas granadinas. Nos pedimos cada uno una bebida y allí no nos trajeron nada de nada. Pero nada. Bueno si, la carta por si queríamos alguna ración. Mi amigo Alfonso se le torció el labio inferior y se le hinchó la vena del cuello. Menuda sinvergonzada que no nos pusieran una tapa en la ciudad de las tapas. Al cabo de 20 minutos (sin exagerar) se presentaron con un buen plato de sabrosas patatas, aunque, para ese momento, mis compañeros ya se habían bebido su copa.
Defraudados y decepcionados por la experiencia, nos fuimos sobre seguro: la taberna de la noche anterior. Allí, aunque no eran para tirar cohetes, si que nos pusieron sus diferentes tapas y en un tiempo razonable. Fue allí donde se nos unió nuestro anfitrión David, quien nos dijo que olvidáramos todo lo visto, que nos iba a llevar a un sitio bueno.
Pocas expectativas teníamos, visto lo visto, pero hay que decir que nos esperaba una gran sorpresa.
Nos llevó a un bar llamado "La Bella y la Bestia", donde... ¿cómo decirlo? aquello era el paraíso de las tapas granainas. Menudo plato con ensalada de pasta, roscas de jamón y patatas con mayonesa nos sirvió la camarera. Una señora tapa. ¿Qué digo tapa? ¡Aquello era una ración! Y encima, bien hecha y muy sabrosa. Lástima que ya veníamos con el estómago lleno, aunque no evitó que disfrutáramos del plato.
Y hasta le hicimos una foto y todo:
Al día siguiente, ya con la expedición al completo, cambiamos de zona, pero no de mentalidad: la búsqueda de la tapa maravillosa.
David nos llevó a un sitio llamado
"El Reventaero", famoso en toda Graná. Y así estaba aquello, a reventar de gente. Mientras se despejaba fuimos a la vuelta de la calle a un bar que no me acuerdo el nombre: pero mejor así, porque no guardé una grata opinión. Su tapa de albóndigas era "
UNA albóndiga".
Una vez ya en "
El Reventaero", las tapas era de impresión, casi platos combinados: "huevo frito con pinchito y patatas", "calamares a la romana con ensalada", "carne con tomate"... No me extraña que aquello estuviera hasta la bandera. Aunque, y todo hay que decirlo, la calidad de la comida era inferior a la de "
La Bella y la Bestia": mucha fritura y patata congelada. Aún así, disfrutamos enormemente de la velada.
Y un apunte más. Cuenta la leyenda que la sexta tapa de "
El Reventaero" es un flan, de postre. Pero es eso, una leyenda, porque nadie ha sido capaz de llegar con vida a la sexta.